.....La Vagancia Mata.....

Era medianoche y el silencio ensordecía el lugar, solo uno que otro auto rompía el reinado de la oscura y fría soledad de la calle. A lo lejos un bulto, de rasgos demacrados caminaba hacia un pasaje. Era de ropa andrajosa y zapatos rotos, era un bulto con nombre y este era Eduardo Valenzuela.

Venia acompañado de su fiel amiga; la botella de vino semivacía y el infaltable cigarro a medio terminar. Aparte de sus pertenencias, era el único en la calle, tenía el pelo pajoso, sin brillo, ojos oscuros y sin vida que completaban esa cara tan pálida como la nieve del frio invierno. No había comido en todo el día, tal cual como ayer…de hecho en toda la semana había corrido la misma suerte, el ya no daba mas. Ya estaba viejo para estas travesías del destino y la pobreza. Camino sin ganas y sin rumbo, luchando por mantenerse en pie, pero, el hambre acompañada del alcohol y el tabaco le vencieron frente a una casa de dos pisos y sin reja tal como se estilaba en aquel barrio. Cayo seco frente al antejardín lleno de pasto y arbustos. Eduardo abrió los ojos, estaba tumbado hacia arriba, y el cielo estaba gris, entonces reunió fuerzas, se levanto tambaleándose y se dirigió hacia la primera puerta que vio, golpeo con suavidad hasta que luego de un rato, salió un hombre de camisa y pantalón de tela. De entre la barba sonó una voz potente y molesta surgieron las siguientes palabras: “Que necesita”, a lo que el vago con mirada humilde contesto palabras que reforzaban la sumisa contemplada: “perdone por interrumpir, pero me muero de hambre y me preguntaba si usted….” – pero antes de que terminara la frase el hombre le contesto con cierta irritación en la voz: “no, como se le ocurre pidiendo comida a estas horas……busque trabajo” - y así sin mas le cerro la puerta en la atónita cara.

Eduardo, con ojos de odio repitió el proceso por toda la cuadra pero lo único que consiguió fue un festín de impotencia y tristeza. Sentía odio contra el mundo, contra cada dueño de casa que le cerraba la puerta a pesar de su cara de: “por favor, no doy más, aliménteme por el amor de Dios”. Entonces, en medio de tanta confusión y desazón, todo comenzó a dar vueltas y desvaneció en una nube gris, gris como el cielo.

Abruptamente, un cristal rompiéndose quebró el sombrío silencio, la calle ya no estaba sola, junto a ella yacía un cuerpo, seguido de un cigarro ya apagado y fumado junto a el además de los restos de una botella de vino esparcidos tal como su líquido vertido.

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